viernes, 4 de diciembre de 2015

Para qué sirven los títulos


Dos ojos que miran pero ya no ven. Dos vidrieras a través de las cuales la realidad se difumina como un dibujo hecho con tizas en un día de viento.

Dos hombros que ya no soportan más carga. Una espalda que se dobla más y más con cada desgracia.

Dos rodillas que tiemblan a cada paso en vano. Dos bisagras oxidadas que me fallan cuando la tormenta no me deja seguir.

Una piel destrozada que llora conmigo.

Unos labios que palidecen gradualmente con cada golpe seco.

Una boca frustrada incapaz de expresar lo inefable.

Dos mejillas que ya no se sonrojan. Dos copos de nieve que ni las lágrimas derriten.

Un cabello frágil del color de una castaña asada en invierno.

Dos pies que han olvidado cuál es el camino correcto. Dos talones secos por la ausencia de calor humano.

Dos manos torpes que necesitan acariciar para recuperar el sentido del tacto. 

Unos dientes pequeños y separados que piden a gritos volver a morder un cuello.

Dos pequeñas pecas oscuras bajo el ojo izquierdo que ya no enternecen al espejo.

Un hígado que hasta hace poco irradiaba inocencia. Dos pulmones que no conocían la corrupción.

Un nudo en el estómago que no deja pasar la comida.

Dos ojeras que se camuflan con el color del cielo contaminado a las tres de la madrugada.

Un grito ahogado con piernas y algo de cerebro.

Una canción de Robert Johnson en bucle.

La desesperación personificada que camina sobre el asfalto cubierto de escarcha sin rumbo alguno antes de que salga ese sol que nunca la ilumina.


martes, 26 de mayo de 2015

2:21 a.m.

Quemas tanto, que
cuando te hago poesía
me arden las manos.

Evaporas el alcohol del vodka,
me consumes el cigarro antes de poder
darle una calada, derrites
mi helado de vainilla y
nueces de macadamia.

Capullo, me calientas más que
el abrigo de un militar soviético.

Por tu culpa me estoy tornando
Chinaski -a falta de
la promiscuidad-.

Si me quitas el sueño,
al menos no me evapores
el café.

Me compraste un billete de
ida y vuelta por cien otoños
mientras te encargabas de
derretirme el invierno.

Ando desorientada, a tientas
entre dunas y oasis
imaginarios, buscándote,
pidiendo a gritos ahogados
que me deshidrates un
poquito más. Me faltas
tú entre todos mis
espejismos.

Eres fuego, pero aún
quemándome te hago poesía.
Y cuando te hago poesía me vuelvo
                              arte en cenizas.

                                                                       11-03-15                               2:21 a.m.


3:46 a.m.

Tres y cuarenta y seis de la mañana.
La escarcha cubre los buzones vacíos. Vacíos de
noticias, pasiones, rupturas, vacíos de
lágrimas y carmín, vacíos de emoción, vacíos
como la persona que espera encontrar algo
al día siguiente, y solo hallará una triste
factura de la luz.

Es una de esas noches en las que hasta
la absenta me helaría el estómago.

Se escucha a lo lejos el maullido
agónico de un gato, probablemente
esté apurando al máximo su
séptima vida, como el
fumador compulsivo que
se resiste a acabar su último
cigarrillo
del día.

Es la madrugada del quince de febrero.
Los gemidos de las parejas follando
ahogan el sonido de los tragos
al whisky de los
solitarios rotos.

Nadie oye sus aullidos desesperados de socorro, a
nadie parecen importarle sus corazones frágilmente
recompuestros con tiras de
fixo usado.

Nadie quiere pararse a escuchar la frustración
de los que intentaron pasar página y
se cortaron con el papel.
                                                                        15-02-15                     3:46 a.m.





jueves, 1 de enero de 2015

Vagabundos desquiciados con mucho por lo que escribir.

Cuando la mente y el alma
pactan un alto al fuego por
unas horas.
Cuando lo único que ocupa
nuestra cabeza es la más
divina inspiración.
Y escribimos. Escribimos
por todos aquellos
trovadores del alma,
juglares del corazón frío y
del cálido, los portavoces
de la vida y la muerte.
Escribimos por los poetas.
Poetas vivos, poetas
muertos. Poetas presos y
libres. Poetas felices,
poetas suicidas, poetas
místicos y carnales. Poetas
pacientes, poetas hartos.
Poetas locos y cuerdos,
bucólicos y realistas.
Poetas sobrios, ebrios.
Poetas que juegan a amar,
poetas que juegan a la ruleta rusa.
Guardianes de la palabra,
guerreros de las letras, y
magos de la creación.
Por todos aquellos cuyas
lágrimas son de tinta, o
cuya risa el sonido de un
papel siendo arrugado
frenéticamente por la
musa que llega sin avisar.
Cuyo olor a perfume de
ilusión por un encuentro, o
a alcohol por encontrar el
olvido, se confunde con el
aroma de una hoja recién escrita.
Qué sabré yo, si al fin y al cabo tengo de poeta lo que
un vagabundo desquiciado.