miércoles, 23 de noviembre de 2016

Da capo

Somos lo bonito de la descoordinación.
Somos dos dos calcetines grises sobre el parqué
    intentando seguir el ritmo de Michel Camilo.
Somos la risa y el llanto de un bipolar,
    piel con piel y en el quinto pino.
Somos los dos tonos que separan las cuerdas de mi y si en una guitarra
    (hay quien nos pregunta dónde está el semitono que nos falta;
                            como si nos faltara algo).
Somos la única tostada de Murphy que no cayó por el lado de la mantequilla.
Somos la excepción;
    la hoja que cae del árbol perenne,
        la que perdura en el caducifolio.
Somos los canarios de Schrödinger; nadie sabe que llegamos a existir,
    el maldito gato acaparaba toda su atención y acabamos muertos de sed.
                        (¿O vivos?)
Somos el día antes de echar el polvo de nuestra vida,
    ese día que querríamos hacer eterno.
Somos la tensión que atraviesa las arterias de quien escucha música atonal,
                    la decadencia de la cadencia que nunca resuelve.
Somos el final de Whiplash,
    somos las baquetas llenas de sangre,
        somos un orgasmo de diez minutos.
Somos esa
    maldita escalera
        que nunca acabas
            de bajar por completo,
                la que te lleva de nuevo
                    al principio una y otra vez.
Te lo dije.

    Sólo unas mil veces más.


Da capo.


viernes, 29 de julio de 2016

Basta

Ojalá no sentir.
Ojalá no estremecerse con cada caricia,
ojalá no seguir buscando labios en busca de
algún tipo de sustancia vital.
Ojalá no ver el universo en cuerpos ajenos,
no dejarse rodear por el polvo estelar,
no meterse en más lluvias de meteoritos
disfrutando cada golpe letal,
no lamer cada agujero negro.
Ojalá dejar de contemplar un bosque en cada pupila,
dejar de ver la aurora boreal en cada iris,
dejar de columpiarse en cada rama,
dejar de escalar cada árbol tratando de
alcanzar el sol, tratando de
morir abrasada con una estúpida
sonrisa en la cara.
Ojalá no ir a contracorriente,
ojalá no poder mirar alrededor,
ojalá tropezar con todos los esquemas rotos
y caer por el precipicio,
y caer,
caer,
caer…
Ojalá precipitarme únicamente a mis propios abismos,
ojalá sentir solo mis vacíos
y no tratar de llenarlos,
ojalá abrazarlos hasta deshacerme en cenizas.
Ojalá no resistir las tempestades,
ojalá ser las tempestades,
ojalá ser lo suficientemente fría para quemarlo todo.
Ojalá destruir el cosmos con los dientes,
ojalá besar el caos
y desaparecer de todos los mapas.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Lo que (me) provocas

Si vieras...
Has vuelto loca a la sintaxis.
Ha dejado de hacer autostop y ahora
conduce ese taxi rojo que cada
mañana a las seis en punto pasa
frente a tu puerta.
Ahora, los sujetos te predican
a los cuatro vientos,
trece,
ciento dos,
mil y un adjetivos por cada viento que tratan de
describir lo indescriptible,
de verbalizar lo inefable,
de plantar un árbol por la copa.
Ahora, los predicados sujetan las
raíces y en ellas buscan los frutos,
"¡insensatos!",
les grito,
agarrada al tronco tambaleante.
¡Por dios incompasivo y por la
virgen multiorgásmica!
Si vieras...
Menudo caos has formado.
Si tan sólo doblaras la esquina lo verías.
¿Por qué no me echas una mano...
...o dos...?
¿Por qué no te echas entero y ya le
pedimos a la sintaxis que vuelva a
hacer autostop y nos deje libre el
asiento de atrás?

                                                            

sábado, 13 de febrero de 2016

Los almendros florecen en noviembre


¿Que dónde está, dices?

Puede estar en todos los sitios del mundo, y a la vez en ninguno.

Te la puedes encontrar esperando a que florezcan almendros en noviembre,
buscando hojas secas sobre aceras cubiertas de la escarcha de los octubres en el más caluroso de los veranos.

Probablemente esté sentada frente a la puerta de una tienda que cerró hace años, esperando a que la persona con la sonrisa más cálida del norte abra la puerta desde dentro y la invite a pasar.

O asomada a la ventana de una casa abandonada, esperando ver una pareja haciendo el amor sobre todas las superficies,
o peleando, tirándose platos a la cabeza y sillas al estómago,
o simplemente sentados a la mesa mirándose a los labios sin decir nada mientras se les enfría el café.

Dicen que la vieron de rodillas suplicando a su gato que ladrase.
 
La encontrarás pidiendo cerveza en los estancos y tabaco en los bares.
 
El otro día me la encontré sentada en mitad de la carretera, cansada de buscar la montaña y esperando a que la montaña fuese a ella.

Le encanta escribir discursos para las masas mientras se imagina a sí misma gritando cada palabra con euforia y emocionando a quien la escucha, y quemarlos al terminar.

Por las noches le ruega a la luna que se quede a ver el amanecer.

Quizá esté huyendo de todo mientras espera encontrarse a sí misma corriendo en la dirección opuesta.

La reconocerás porque siempre tiene lágrimas recorriéndole los lóbulos de las orejas,
sí, las orejas;
cuando llora se tumba boca arriba, y busca en las nubes un suelo firme sobre el que caminar, tierra sobre la que tener los pies.

Siempre, siempre buscando lo imposible.

Sin duda lo acabará encontrando, ¿no crees?


viernes, 4 de diciembre de 2015

Para qué sirven los títulos


Dos ojos que miran pero ya no ven. Dos vidrieras a través de las cuales la realidad se difumina como un dibujo hecho con tizas en un día de viento.

Dos hombros que ya no soportan más carga. Una espalda que se dobla más y más con cada desgracia.

Dos rodillas que tiemblan a cada paso en vano. Dos bisagras oxidadas que me fallan cuando la tormenta no me deja seguir.

Una piel destrozada que llora conmigo.

Unos labios que palidecen gradualmente con cada golpe seco.

Una boca frustrada incapaz de expresar lo inefable.

Dos mejillas que ya no se sonrojan. Dos copos de nieve que ni las lágrimas derriten.

Un cabello frágil del color de una castaña asada en invierno.

Dos pies que han olvidado cuál es el camino correcto. Dos talones secos por la ausencia de calor humano.

Dos manos torpes que necesitan acariciar para recuperar el sentido del tacto. 

Unos dientes pequeños y separados que piden a gritos volver a morder un cuello.

Dos pequeñas pecas oscuras bajo el ojo izquierdo que ya no enternecen al espejo.

Un hígado que hasta hace poco irradiaba inocencia. Dos pulmones que no conocían la corrupción.

Un nudo en el estómago que no deja pasar la comida.

Dos ojeras que se camuflan con el color del cielo contaminado a las tres de la madrugada.

Un grito ahogado con piernas y algo de cerebro.

Una canción de Robert Johnson en bucle.

La desesperación personificada que camina sobre el asfalto cubierto de escarcha sin rumbo alguno antes de que salga ese sol que nunca la ilumina.


martes, 26 de mayo de 2015

2:21 a.m.

Quemas tanto, que
cuando te hago poesía
me arden las manos.

Evaporas el alcohol del vodka,
me consumes el cigarro antes de poder
darle una calada, derrites
mi helado de vainilla y
nueces de macadamia.

Capullo, me calientas más que
el abrigo de un militar soviético.

Por tu culpa me estoy tornando
Chinaski -a falta de
la promiscuidad-.

Si me quitas el sueño,
al menos no me evapores
el café.

Me compraste un billete de
ida y vuelta por cien otoños
mientras te encargabas de
derretirme el invierno.

Ando desorientada, a tientas
entre dunas y oasis
imaginarios, buscándote,
pidiendo a gritos ahogados
que me deshidrates un
poquito más. Me faltas
tú entre todos mis
espejismos.

Eres fuego, pero aún
quemándome te hago poesía.
Y cuando te hago poesía me vuelvo
                              arte en cenizas.

                                                                       11-03-15                               2:21 a.m.


3:46 a.m.

Tres y cuarenta y seis de la mañana.
La escarcha cubre los buzones vacíos. Vacíos de
noticias, pasiones, rupturas, vacíos de
lágrimas y carmín, vacíos de emoción, vacíos
como la persona que espera encontrar algo
al día siguiente, y solo hallará una triste
factura de la luz.

Es una de esas noches en las que hasta
la absenta me helaría el estómago.

Se escucha a lo lejos el maullido
agónico de un gato, probablemente
esté apurando al máximo su
séptima vida, como el
fumador compulsivo que
se resiste a acabar su último
cigarrillo
del día.

Es la madrugada del quince de febrero.
Los gemidos de las parejas follando
ahogan el sonido de los tragos
al whisky de los
solitarios rotos.

Nadie oye sus aullidos desesperados de socorro, a
nadie parecen importarle sus corazones frágilmente
recompuestros con tiras de
fixo usado.

Nadie quiere pararse a escuchar la frustración
de los que intentaron pasar página y
se cortaron con el papel.
                                                                        15-02-15                     3:46 a.m.